Hablar de Leonor Varela es hablar de elegancia, de éxito, de romper fronteras. Algo tiene esta chilena que nos ha hecho observarla siempre desde la admiración, ya sea por ser probablemente la chilena que más lejos ha llegado en la industria del cine, o quizás porque vemos en ella una suerte de “atrevimiento” muy poco presente entre nuestros compatriotas que usualmente vamos de tímidos por la vida. Leonor, en cambio, camina con fuerza por sets de grabación y alfombras rojas del mundo, responde con sutileza y candidez todas las preguntas, y al mismo tiempo ha tenido una generosidad inmensa para mostrarnos su vida desde la vulnerabilidad e incluso el dolor. Hoy está cumpliendo 50 años, y aceptó una invitación de Sarah para recorrer sus triunfos y dolores, sus sueños y metas, sus días soleados, y sus peores penumbras.
Nos recibe en su casa de Ojai, pequeño pueblo al que se mudó desde los Ángeles para darle a su hija la posibilidad de crecer rodeada de cerros y árboles y no solo de cemento, y nos confiesa en varios momentos que hoy su hija y su marido la mueven más que su carrera. Nos habla de mitología y de lo importante que es cumplir 50, por tratarse de una especie de punto de inflexión en la que se valora lo vivido y lo dolido hacia atrás. Leonor nos habla desde la templanza de una mujer que ha llorado el perder un hijo y que ha sido aplaudida por contarlo desde la resiliencia. Así de humana y así de natural, ella es Leonor Varela, una chilena en Hollywood.
“Me levanto como a las seis; escribo, medito, levanto a mi hija una hora después, la llevo al colegio, respondo algunos mails de trabajo; a las nueve hago ejercicio, a las diez me ducho, a las once estoy trabajando, y eso puede ser filmar una audición, escribir, sentarme frente al computador… gestión en general”. ¡Y todo eso hasta las once de la mañana!, le digo cuando comienza a relatarnos lo que ha transcurrido hasta este momento del día; “y hoy que está lloviendo he hecho menos cosas”, nos comenta al tiempo que ríe.
Una musa Made in Chile
¿Hay algo que en días de lluvia como este te gustaría tener contigo en Los Ángeles?
Lo que siempre extraño más de Chile es la contención familiar, el cariño; pienso en mi abuelo, pero no soy de sopaipillas y esas cosas. Más bien me gusta estar en la cama y mirar Netflix.
En el pueblo de Montegrande, en el Valle del Elqui, hay un salón de arte y conferencias que se llama Francisco Varela, ¿qué significa eso para ti?
Mi familia paterna completa es del norte, esa casa que está frente a la iglesia es de mi familia desde hace… no sé cuántas generaciones, entonces Montegrande no es solo el lugar al que pienso que pertenezco. También hay un árbol, que es una higuera, donde están las cenizas de mi papá. Más que el nombre de esta sala que me dices, que obviamente es un gran honor y me encanta que exista bajo el nombre o el alma de mi padre, existe un lugar físico donde están las cenizas de mi papá, también algunas de mi hijo; es un lugar muy especial, bajo esa higuera me senté con mi abuelo, me subí a ese árbol, escribí secretos, me empachaba de higos; tengo muchos recuerdos de infancia felices en Montegrande.
Montegrande es la cuna de Gabriela Mistral, y haciendo un análisis rápido, veo muchas cosas que tú tienes en común con ella: tienen raíces en el Valle del Elqui, ambas fueron por el mundo dedicándose al arte, recibieron reconocimiento primero afuera… ¿Te das cuenta de esas líneas de conexión?
No lo había pensado así, porque obviamente uno no se compara a un ícono, no me comparo a ella ni de lejos ni de cerca. Mi tía Hermenia era una de sus amigas, tengo fotos de ella con Gabriela Mistral y es una inspiración para mí, más que alguien con quien me mido personalmente; es más, trato de no medirme con nadie. Lo tomo solo como un cumplido, gracias por eso.
Me contaste que tu papá quiso pasar en Elqui sus últimos años, veo mucha conexión tuya con esa tierra…
Sí, claro, tengo mil recuerdos bonitos; mis primeros paseos a caballo, los helados de canela, pero empecé a ir a Montegrande cuando tenía como ocho años, que fue cuando volvimos del exilio, antes eso no estaba disponible para mí. Creo que hoy a la sociedad le hace falta criar niños conectados con la naturaleza, con esa libertad y esa calma. Yo me vine a vivir de Los Ángeles a Ojai (a 1.5 h de Los Ángeles, CA.) por eso mismo, porque siento que el ritmo, el jardín, los cerros, es infinitamente más valioso que el asfalto de la ciudad.
Hija del exilio
Tuviste una infancia muy nómada…
Creo que la gente no sabe. Me han criticado por mi acento, y es que mi primer idioma no es el español, es el inglés, mi infancia fue en Estados Unidos, mi primer idioma en la escuela fue inglés. En 1980 fue que yo volví a Chile con mi familia, volvimos después de un viaje producto del exilio por la dictadura militar. Mi abuelo es detenido desparecido y mi padre estaba en una situación de peligro, entonces nos fuimos. Luego de eso mis papás decidieron iniciar de nuevo la vida en Chile, pero eso solo duró dos años; mi papá recibió una beca para hacer sus investigaciones científicas y nos fuimos a Alemania, luego nos fuimos a Francia. Yo tenía 13 años cuando llegué a Francia, y ahí viví toda la adolescencia, la finalización del colegio, empecé a estudiar Teatro y a trabajar también allá.
¿Como se dio que vinieras a hacer “Tic tac” a Chile?
Fue producto de los azares de la vida que vine a Chile a hacer una película y después me ofrecieron hacer una teleserie y lo vi como una oportunidad para conocer mi país de adulta. Fue una decisión para tener la experiencia de mi país, porque tanto viaje genera mucho desarraigo, y yo necesitaba definirme y conocerme a través de mi cultura, y me vine acá con un contrato firmado para hacer “El hombre de la máscara de hierro” (1998), y dije que sí a “Tic tac”, pero con la condición de que me dejaran ir a grabar esta película, se acoplaron a eso. Después de eso me ofrecieron hacer otra teleserie y tuve que decir que no, porque ya había cumplido lo que venía a hacer acá.
Hace unos días entrevisté a Mónica Godoy, quien me comentó que en sus inicios en teleserie recibió mucho prejuicio y mala onda de parte de actrices con más trayectoria solo por ser muy bonita. ¿Tuviste episodios similares por venir de afuera como la gran contratación del canal en ese momento?
No, yo tuve una gran acogida desde el director del canal, la directora de la serie, y también de los actores, como Ximena Rivas, Coca Guazzini, Bastián Bodenhöfer; en general de todos los actores más senior tuve muy buena recepción. Quizás también porque yo venía sin ambición alguna, y aterricé en el protagónico sin entender lo que me estaba pasando. Yo no venía a hacer carrera en teleseries, no era lo que me interesaba.
Era la época dorada de las teleseries todo Chile las veía, y llegas a un protagónico. ¿No te dejaste seducir por la fama, los autógrafos y todo ello, o ya no estabas en Chile cuando se exhibió la teleserie?
Efectivamente hubo un choque de la fama muy fuerte, yo no estaba preparada mental o emocionalmente para eso, y me costó un montón lo de adaptarme a pertenecerle a otros. Porque cuando estás en la tele la gente siente que eres de ellos, y parte de eso es verdad, uno está ahí por el público, y eso a mí me generó mucha confusión y me sacó mucho de mi eje. Fue complejo para mí emocionalmente, y fue una de las razones por las que estuve muy feliz de irme, porque en París nadie me conocía y era necesario dar un paso atrás.
Eras súper joven cuando viviste esta teleserie tan icónica, y convivías con actores que habían trabajado toda su vida para lograr esa fama que tú tuviste tan abruptamente.
Sí, fui un paracaídas total. Y eso me ha pasado en otras ocasiones, como cuando llegué a Los Ángeles para hacer “Cleopatra”, fue muy similar en el vértigo de la rapidez. Tuve que parar, encontrarme conmigo misma y no dejarme llevar por la ola.
Y hoy, con 50 años, ¿cómo te llevas con la fama?, ¿es algo más superado o te sigues resistiendo a ella?
Es que la fama no es algo constante, hay momentos. Cuando yo voy a Chile tengo súper clara la relación con la gente y mi rol, cómo quiero ser en esta fama, y me encanta ir a Chile, recibir cariño de la gente, y poder darme a ellos con todo mi corazón. Soy súper afortunada, quizás por haber sido muy abierta y muy vulnerable con quien soy; recibo un trato muy poco crítico, me quieren, me tratan bien, saben de mi amor por los temas ambientales, comparto cosas que quizás otros no comparten; me ven humana.
Los otros usos de la fama
A pesar de no vivir en Chile, Leonor se encuentra siempre vinculada con el país, ya sea a través de proyectos de trabajo o ambientales en los que se vincula, contratos publicitarios, o incluso en política.
Sumarte a la campaña presidencial de Michelle Bachelet, más allá de adherir a su pensamiento o conglomerado, imagino que tiene que ver con tu historia en común con ella. Ambas son “hijas del exilio”, ¿no?
Michelle Bachelet era una eminencia, y no solo por ser mujer, sino porque una persona con una vocación médica y con una historia como la de ella me parecía la persona indicada para tomar el liderazgo de Chile. Yo me mantengo muy alejada de la política en general, pero en ese momento me pareció muy necesario participar. Pero más allá de la campaña, seguimos haciendo un par de cosas; ella fue muy generosa al invitarme a La Moneda en un momento en que se publica una ley de protección de las ballenas. En general tengo muy lindos recuerdos y una sensación de respeto mutuo y de reciprocidad con ella. A menudo en la política uno puede tender a sentirse utilizada, y no fue el caso.
¿Te sientes como un referente para nuevas generaciones que quieren tener carreras internacionales siendo o no actores?
No lo pienso así, pero cuando me lo planteas me imagino que puede ser así. De lo que sí tengo conciencia es que tengo una plataforma, una voz, y trato de usarla con responsabilidad y de manera positiva. De ser referente o no, la verdad no sé si las generaciones jóvenes me conocen, no sé (ríe).
Podríamos decir que eres una actriz que pasó del autógrafo a la selfie, viviste la época análoga, y hoy nos enfrentamos a la era Netflix, en la que un actor en un día puede ser visto por todo el mundo. ¿Hay una especie de envidia sana por la época quizás favorable que viven los actores más jóvenes con estas plataformas?
Siempre con los cambios hay cosas que se ganan y otras que se pierden, no sé qué es mejor. Sobre lo bueno, la cantidad de personas que te pueden ver es un trampolín muy grande, por otro lado, hay tanto contenido hoy en día que hay un consumo mucho más “fast food”, por lo cual tras ver algo, viene el próximo muy rápido.
Y los tiempos son más breves, antes estabas seis meses frente a una misma teleserie, y ahora la puedes ver en un par de días…
Claro, eso genera otra profundidad en la relación con el público. Entre lo malo o desafiante está esto del exceso de contenido, y a menos que estés en una serie como la de “El chascas” (Valenzuela) como “¿Quién mató a Sara?” y te vean millones y millones de personas, lo más probable es que ese efecto pase y luego simplemente se acabe. Yo ahora soy famosa en Afganistán y no tenía idea, por alguna razón la película “Miénteme” pegó mucho allá (ríe).
¿Tienes algún actor o actriz chilena que te guste particularmente, o que admires?
Sí, hay un montón de actrices muy grosas en Chile, como Antonia Zegers, la Fer Urrejola, y obviamente soy parcial, porque Lorenza Izzo también está acá y haciendo cosas increíbles, y hay gente mayor que está haciendo cosas fabulosas como Alfredo Castro, que es un monstruo.
A propósito de actores chilenos, te viste enfrentada hace muy poco por primera vez a la comedia en la película “Miénteme” que protagonizaste con Benjamín Vicuña, ¿te costó este nuevo género?
Me gustó el desafío, aunque me puse muy nerviosa, pero una vez haciéndolo, lo encontré muy grato, lo volvería a hacer feliz. Es muy difícil, tengo mucho por aprender y por hacer, pero cuando lo estás haciendo se te van los nervios.
¿Por qué elegiste ser actriz?
En diferentes momentos de mi vida te hubiera dado diferentes respuestas, pero hoy te podría decir que ser actriz me salvó la vida. Necesitaba encontrar una manera de conectar con todo lo que sentía por dentro, conectar con mis emociones y darle cabida a mi sensibilidad. Tuve una adolescencia compleja, una instancia en la que me sentí muy sola y como muy desconectada de mis emociones. Crecí en una familia más intelectual o en la que se privilegiaba más la inteligencia que la inteligencia emocional, y actuar para mí fue como cuando unes el enchufe macho con el hembra, fue conectar con mi raíz, mi mente con mi corazón y usar todo lo que soy para poder expresar esa canción que está dentro de mí y que quiere salir.
Ir al cielo y volver
El capítulo más doloroso de la vida de Leonor fue sin duda todo lo que tuvo que ver con la pérdida de su hijo Matteo, quien a los pocos meses de haber nacido fue diagnosticado con una dura enfermedad que lo mantuvo como un pequeño luchador por seis años hasta el día de su muerte, hace cuatro años. Todo el proceso vivido con su hijo la hizo replantearse mil aspectos de su vida, pero además según ella misma ha comentado, trajo para ella profundas enseñanzas que ha relatado en “Ir al cielo y volver, mi camino con Matteo”, libro que mostró a una Leonor vulnerable, dolida, pero también resiliente, y que la sacó de los cines para llevarla a las librerías en un rol que antes no había presentado: el de ella misma.
Hablemos de Matteo. Hoy en retrospectiva, ¿qué ha significado para ti el haber abierto las puertas de tu vida e historia y haberla traducido a un libro?
Estoy feliz de haber escrito el libro, estoy feliz de la comunidad, el diálogo y el intercambio que se ha generado con todas las personas que me han escrito y me siguen escribiendo, y el compartir a ese nivel de profundidad, honestidad y vulnerabilidad; estoy muy agradecida de ese espacio y de esa calidad de intercambio con el público. Estoy clarísima que fue lo que necesitaba hacer y estoy feliz de haberlo hecho.
Háblame de esos mensajes, esas respuestas de los lectores…
A veces es duro escuchar, pero es mucho más gratificante leer lo que me escriben, el cómo les ha ayudado a procesar sus propios duelos, una suerte de permiso que les doy, viendo mi ejemplo, de atravesar el dolor propio. Hay abuelitas que me han escrito, y me cuentan que se les murió un hijo hace 50 años y que leyendo mi libro se han permitido vivir su duelo, y el duelo es algo que se puede posponer, que puedes poner bajo la alfombra, y ahí va a estar cargando hasta que te atrevas a atravesarlo.
¿El dolor pasa o solo se aprende a vivir con él?
Mi experiencia cuatro años después es que el dolor no se sana, uno aprende a vivir con ese dolor y lo vuelve remedio, lo vuelve sanción y motor para compartir, para darle sentido. Para mí escribir un libro fue conectar con la gente y ayudarle a muchos a sanar sus duelos, y eso no es algo superficial, es algo que yo valoro mucho.
¿Te preguntaste “por qué a mí”?
Honestamente no, quizás en el momento del diagnóstico, quizás los primeros días, pero mi foco nunca estuvo en mí, el foco estaba en mi hijo, entonces no fue la pregunta en la que me quedé. Aceptar que pasan cosas diferentes a las que deseabas, ese era más bien el desafío. Eso del “por qué a mi” es una actitud de víctima y a mí me desagrada la victimización. Me hago cargo y en este caso tenía que hacerme cargo de lo que me tocaba.
Ante algunos ojos tú tenías una vida perfecta en todos los aspectos, y de repente esa perfección se quiebra y se quiebra de la forma más brutal posible, entonces lógicamente desde tus fans, por ejemplo, debe existir esta pregunta, esta sensación de “por qué”.
Tienes razón. Yo me acababa de enamorar, había conocido a mi marido, iba a ser mamá, yo juraba que iba a seguir haciendo películas, comiéndome al mundo y vino un cambio de eje fundamental, y comprendí que mi foco ya no estaba en mi carrera o en mi trabajo, mi foco comenzó a estar en mi hijo, en lo que me estaba pasando a mí, a mi marido y en sacar adelante a Matteo. No fue fácil cambiar ese eje, porque todo lo que yo conocía era otra cosa, pero estoy profundamente agradecida y siento que como el teatro me salvó en algún momento, mi hijo también me salvó, yo necesitaba quebrar con un cierto ideal perfeccionista, una rigidez, me atrevo a decir incluso con una superficialidad que no me estaba haciendo feliz. La fama y la plata no te hacen feliz.
Sobre todo después de vivir episodios tan complejos, ¿no?
Yo creo que se puede ver toda la historia como “todo va perfecto, todo se fue a la mierda”, pero no es así, lo que vino a traer a mi hijo es algo que tiene que ver con el amor incondicional, y eso es lo más importante que hay en la vida, no hay nada más elevado para el ser humano que sentir eso. Como madre, los hijos te aman de una manera como nunca vas a ser amada, eso es la parte más maravillosa de ser madre, pero cuando recibes ese amor de un niño que además tiene necesidades especiales, hay una pureza absoluta, y eso es un tesoro que te permite dejar todo el resto de lado sin pestañear. Eso es lo que me permite hoy hacer un balance y entender que lo bueno viene con lo malo, y lo malo también trae cosas buenas, entonces no existe un “se fue todo a la mierda”; por el contrario, se fue todo a la gloria.
Imagino que conoces a la periodista Susana Roccatagliata, quien escribió un libro llamado “Un hijo no debe morir” y luego otro llamado “La otra cara del dolor: hijos que pierden hermanos”, y hace una autocrítica frente al propio dolor que la hizo invisibilizar ante sus ojos el dolor de su otro hijo, que también vivía un duelo pues perdió un hermano. En ese contexto te pregunto cómo vives la maternidad después de haber perdido un hijo, ¿te vuelves más aprensiva, más controladora, sobreprotectora?
Sí, totalmente. Yo creo que cuando uno se vuelve madre conoce el miedo. Yo antes no tenía miedo a nada, me iba sola al fin del mundo, pero cuando tienes un ser que amas tanto fuera de ti, genera mucho miedo. Y toma mucho trabajo el manejar la ansiedad. Si estoy en el aeropuerto y no veo a mi hija, yo pego un grito al cielo. Y yo me doy cuenta de que la abrigo demasiado, que me preocupo mucho de que coma, trato de manejar mi ansiedad, pero también soy amable conmigo misma, me entiendo, es normal, no me juzgo. Me observo y trato de mantenerme a raya para que no se me pase la mano.
¿Has requerido mucha ayuda psicológica para poder sobrellevar el proceso?
Siempre he sido muy introspectiva y reflexiva, pero sin duda he requerido ayuda de diferentes terapeutas, terapias, diferentes modos de sanación; la escritura en sí fue una terapia, y cada uno lo hace a su manera. El duelo es un caos, va y viene, no hay ritmos, la pena llega en los momentos más insólitos y los menos esperados, pero es así.
Con cerca de un millón de seguidores en Instagram, Leonor no esconde que las redes sociales hoy son una nueva e importante fuente laboral, pero al mismo tiempo, y siendo muy coherente con la forma en que siempre se ha mostrado al público, intenta ser “lo más natural posible” y al carecer de las instrucciones de un director —como acostumbra— prefiere manejarse “por intuición”, sin seguir parámetros, e intentando no “caer en esto de mostrar ese 3 % de nuestras vidas que es bonito y perfecto, porque la vida no es así”, comenta.
Instagram representa hoy un trabajo y una fuente de ingresos para ti…
Sí, y eso lo sentí muy fuertemente en la pandemia. Instagram fue una gran salvación para mí en la pandemia, mi gremio estuvo cerrado casi dos años, yo estuve cerca de un año y medio sin hacer películas, y las redes sociales fueron como un regalo. Y sí, es un trabajo, pero hay gente que lo hace mucho mejor que yo, que son más constantes. Creo que la gente agradece cuando eres menos pauteado; cuando hay tanto Photoshop, cuando todo es tan perfecto es una lata, porque nuestras vidas son desordenadas, y el caos es hermoso. Yo misma sigo en redes a la gente que habla de forma más auténtica.
¿Te acomoda esto de ser influencer y recomendar marcas?
Sí, yo tengo contratos con marcas que me gustan, no firmo con cualquiera que me ofrezca un par de chalas, soy selectiva y son marcas que me representan y estoy feliz de compartir.
Pero tú eres actriz, entonces puedes decir que te gusta algo y que no se note que no es verdad…
¿Sabes qué? Soy pésima mentirosa, pregúntale a mi marido (ríe). Una cosa es actuar y otra diferente es mentir.
En los contratos publicitarios que has tenido, en general te asocian con marcas más bien elegantes o de nicho. ¿Es el perfil que has construido, o se dio así?
Creo que hay una cierta elegancia en lo que soy, quizás por mi tiempo en París, o quizás son mis orígenes nobles del norte de Chile, no lo sé (ríe). Pero siempre soy la reina, ya sea de otra galaxia o como “Cleopatra”; me ha tocado mucho ese rol. Quizás tengo una cara con cierta gracia o cierta elegancia; y eso es lo que soy nomás, es mi genética, mi educación, entonces lo agradezco, son las cosas que me llegan. En general no me toca hacer de la nana, no me toca hacer a gente de pueblo, porque no tengo ese aspecto, y como actriz me define y también me limita. Todos tenemos una cara que es con la que nacemos no más.
Fíjate que, sobre esto, Mónica Godoy me contó que tuvo que ponerse lentes de contacto café para poder hacer audiciones para un papel…
¡Y aunque se ponga lentes de contacto café no la van a llamar para ser nana! Porque tiene un rostro que no calza con ese papel. De la misma forma, a Kate del Castillo, incluso antes de ser “Reina del sur”, no la hubieran llamado para ser reina de Inglaterra, seamos honestos. Yo soy latina, pero he hecho el papel de griega, francesa, italiana, cubana, chilena, porque soy morena. Yo puedo alterar mi voz y caracterizarme, pero también hay una cierta vanidad del actor al decir que puede hacer todo, pero no es verdad, uno no puede hacer todo, uno tiene una gama, y estos son los colores con los cuales yo pinto.
¿En serio cumplió 50 años?
En serio, no parece que estuviera cumpliendo 50 años, y es que más allá de la increíble sesión que acompaña esta entrevista, Leonor luce plena, en calma, guapa, por cierto, pero la percepción va un poco más allá. La vemos con luz.
Te ves increíble, no pareces de 50, ¿tienes genética privilegiada o eres muy estricta en las rutinas?
Creo que es una mezcla de todo. Yo creo que hay que encontrar lo que a cada uno le funciona, a mí en particular me pasa que no funciono sin deporte, siempre he necesitado moverme, antes de teatro hice danza. El moverme me ayuda contra el estrés, movilizo mi energía, me centro. Hago hartas cosas —pilates, nadar, levantar pesas— con tal de moverme; soy feliz, no lo hago por vanidad, pero también ayuda a que no se me caiga todo, pero no es un esfuerzo para mí, el deporte es como lavarme los dientes.
Y en el skincare, ¿mujer de rutinas?
Me encanta el skincare, soy súper disciplinada con eso, yo no me acuesto sin lavarme la cara, aunque haya tenido un día terrible, siempre llego a casa a lavarme la cara e hidratarme. Uno va cambiando los productos porque obviamente hoy no tienes la piel que tenías hace diez años, pero siempre fue un placer para mí el cuidarme la piel, lo disfruto, es como una forma de amor propio, lo disfruto.
¿Amiga o enemiga del quirófano?
Mira, le tengo mucho miedo a los quirófanos, he visto de todo, así que le tengo respeto, y uno obviamente trabaja con la cara, así que dejarse “la cagá” sería un problema, y tampoco me interesaría quedar así (nos muestra su rostro estirando con sus manos, emulando la “cara de bótox”). Jane Fonda dice algo súper interesante, ella dijo por ahí: “Me encantaría ser como Helen Mirren, y no tocarme nada en la cara y dejarme todas las arrugas, pero yo no me siento cómoda así”, y creo que uno tiene que hacer lo que a uno le acomode, a pesar de la presión del medio. Y lo que a mí me acomoda es hacerme pocas cosas muy poco invasivas con plasma rico en plaquetas y ese tipo de intervenciones.
Leonor, ¿y será esta evaluación de directores, pares y del público sobre el físico o tu rostro uno de los aspectos más difíciles de tu carrera?
No.
¿Y qué es lo más difícil entonces?
Es muy competitivo, Hollywood es una industria ferozmente competitiva, eso es lo más difícil. Y además es un medio muy oscilante, la ola crece y baja, y el que no sabe se queda abajo, y se queda en la queja. Quienes logran finalmente el éxito son las personas que han tenido la sabiduría necesaria para hacer inversiones cuando les va mejor y poder esperar cuando hay que esperar.
¿Tú has sido ordenada en tus finanzas?
Yo soy muy matea (ríe) como Capricornio que soy, he sido afortunada, ordenada, y he sido suertuda; me siento bendecida. También he trabajado muy duro desde los 16 años, ¡que no se diga lo contrario! Nada me ha caído en la falda, he sido sensata y he sabido hacer inversiones.
¿Y has visto a colegas tuyos que no hayan tenido ese orden y que no hayan terminado bien?
Sí, lamentablemente, y personas que han ganado mucha más plata que yo.
Una actriz Green
Si googleamos a Leonor Varela, rápidamente daremos con su bio en Wikipedia, la que tiene algo particular que no está presente en la mayoría de los actores de su talla: tiene el apartado de “filantropía”. Y es que la chilena ha destacado desde siempre por sus “ecoluchas”, involucrándose en temas de concientización medioambiental, sobre todo en lo que tiene que ver con el mar.
¿Cómo nace este interés de dedicar parte de tu vida a las causas ecológicas?, ¿es natural en ti o es más bien una suerte de responsabilidad social empresarial?
Recuerdo súper bien el momento en que me dije a mí misma “necesito ser algo más, y hacer algo más que mi profesión”, y un amigo me aconsejó que buscara algo que a mí me importara; y sentí ahí el llamado a algo que amo que es el mar, y amo a Chile, eso tocó mi fibra más íntima. Es algo que me toca profundamente, cada semana estoy pensando en los temas ambientales del mar de Chile, es algo que nunca me deja.
¿Recomendarías a otros actores a involucrarse en temas sociales o ambientales?
No me atrevería a decirle a alguien qué hacer, pero para mí ha sido muy enriquecedor, y todas las personas que conozco que hacen un trabajo que va más allá de sí mismos, son todos muy felices. Hay otro tipo de alegría o satisfacción que se consigue con hacer estas cosas.
Háblame de “La vaca que cantó una canción hacia el futuro”, esta película marca tu 2023, ¿verdad?
Es una película hermosa, fue muy bonito de grabar, volver a trabajar en cine chileno fue hermoso, grabar en Valdivia fue increíble. Grabamos en pandemia, por lo que éramos un grupo muy cerrado; estuve dos meses sin poder ver a mi marido y mi hija.
Fue un papel que me exigió un montón, y creo que conecta con un público muy particular, muy joven, muy queer, muy rompe esquemas; es muy original, muy diferente, fue una experiencia realmente hermosa. Fue lindo volver a filmar a Chile.
¿Estás filmando algo ahora?
No estoy filmando nada por ahora, estoy más concentrada en la escritura, es todo lo que te puedo decir.
Los 50 años son sin duda un tiempo de reflexión. Te invito a mirar al pasado, y pensar, ¿soñaste con todo lo que has logrado hasta hoy?
No, ¿y sabes qué?, me cuesta mirarme desde afuera y en verdad no siento que haya logrado cosas, siento que tengo todo por hacer, me siento chiquitita, me han tocado un montón de cosas extraordinarias, pero sigo siendo esta persona frágil y pequeña. Jamás me imaginé estar en Hollywood, no sabía ni dónde quedaba; no suelo soñar ni planear mucho.
¿Un consejo que le darías a la Leo Varela de 18 años?
¡Ay! (emocionada continúa su respuesta). Le diría que se quiera, ojalá tanto como yo me quiero ahora.
¿Qué hizo ese cambio en ti, del no quererse al quererse como te quieres hoy?
¡30 años de vida! (ríe).
Teniendo una vida tan movida, tan nómada, ¿dónde te gustaría estar ese día en que ya no haya trabajo y solo quieras descansar?
Tengo un terreno en Chile, en el borde del mar, ahí es donde con mi marido soñamos estar algún día. Y puede ser una fantasía porque estoy criando una hija en Estados Unidos, y no me gustaría alejarme de ella, pero mi fantasía es retirarme frente al mar.
¿Un sueño que te quede por cumplir?
Como actriz me encantaría hacer un musical, amo el género. Pero a nivel personal, creo que mi sueño es simplemente ser una mamá presente, no quiero estar en sets y dejar a mi hija siempre con nanas y que sienta que eso es más importante que ella; ahí está mi foco. #SARAH
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