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Un invitado frecuente, pero que no siempre llega: El orgasmo

Por Por @Trinicerdabaeza autora de “Más allá de las olas del mar”

marzo 2025

¿Las mujeres tenemos una relación más lejana y difícil con el orgasmo? ¿Es mito o realidad que a veces fingimos uno para luego, cuando estamos solas, tocarnos y alcanzarlo más rápido? Hace algunos años hubiese sido imposible hablar públicamente de esto, pero el tiempo cambió, y para mis amigos y para mí, partió con la naturalidad de un, ¿oye, y tú…?

Amanda, mi amiga de infancia, nos confesó hace algunas semanas mientras nos tomábamos una copa de vino en el Liguria, que si bien le gustaba el tipo con el que estaba saliendo, con él no alcanzaba el orgasmo ni a palos. Andy, nuestro mejor amigo en común, le sugirió hablarlo con él, porque la idea es llegar, ojalá siempre, el romance viene después.

Parece fácil conversarlo, pero no lo es. Yo los escuché y luego caminando de vuelta a mi departamento lo medité. ¿Cómo es mi propia relación con el orgasmo? Tengo solo una respuesta para esto: Mi clítoris. Esta es la única puerta, al menos para mí, de llegar al orgasmo. Muchas veces me veo en la situación de tener que explicarle a mi pareja sexual que no voy a acabar con solo practicar la penetración, necesito estimulación. 

Ese fin de semana Andy nos llevó a una fiesta en el centro, donde los tres podríamos cantar a grito pelado “Baby One More Time” de Britney y todos los hits de las reinas pop.  Amanda fue con Benjamín, su pinche. Parecían muy acaramelados y disfrutando la fiesta hasta que ella lo apartó y le propuso conversar. 

Se lo dijo sin titubear: “Me está costando llegar al orgasmo contigo, en realidad no estoy llegando”, le dijo.

Se lo dijo sin titubear: “Me está costando llegar al orgasmo contigo, en realidad no estoy llegando”, le dijo. Benjamín se sorprendió, “Pensé que lo estábamos disfrutando”, respondió antes de irse de la fiesta. Esa noche Amanda durmió en mi departamento.

Domingo de estar juntas, ver 60 películas sedadas en aire acondicionado con helado de pistacho y chocolate. La ciudad estaba en llamas, pleno enero. Era obvio, seguiríamos hablando del orgasmo y de cómo mi amiga no lo conseguía, y me preguntó: ¿Y tú, amiga, lo consigues siempre? 

Ante la pregunta vino a mí un análisis profundo, pero instantáneo: si la persona me gusta mucho, me cuesta llegar. En cambio si es algo casual o pasajero, es casi inmediato. Creo que fue la primera vez que dije esto en voz alta. 

Ambas bordeamos los 35, hay una parte en nosotras que siente que ya estamos pasadas. Pero otra nos invita a seguir experimentando y descubriendo la vida. Puedo sentir esa decepción en ella, la angustia de sentir que invertiste tiempo y ganas en una relación que no dio frutos. 

Su mensaje fue claro: “¿En 30 en tu departamento?” No necesité responder, solo lo miré.

A la semana siguiente me junté con Joaquín, un chiquillo al que conocí en el ascensor de mi edificio, él venía de una fiesta y yo llegaba a mi casa. Nos habíamos visto regularmente, nada serio. Su mensaje fue claro: “¿En 30 en tu departamento?” No necesité responder, solo lo miré.

Yo estaba con un vestido corto negro ajustado de Nicoleta Valentina, zapatos taco aguja negros y el pelo largo castaño desordenado. Estaba llegando a mi departamento de un evento, perfect timing. 

Me perfumé un poco más y sentí el timbre en minutos. Apenas le abrí la puerta, me besó rápido, sin mucho preámbulo. Pasamos a mi pieza y me sacó el vestido, él no se demoró nada en estar totalmente desnudo. Tenía un cuerpo increíble, ya había confianza. Mientras me besaba con pasión, se ponía un preservativo. 

“¡Espera! ¿Podemos jugar un poco antes?”, le propuse mientras sonaba “Sex To Me” de Charlotte Cardin. Busqué un antifaz que había usado para Halloween, me lo puse y volví a la escena. Quizás no sea necesario hablarlo, quizás solo debía pedirlo: “Hazme acabar”, le dije tan decidida que parecía otra Trini, no yo. 

Joaquín me ordenó acostarme, me abrió de piernas y comenzó a darme sexo oral. Gemí. Grité y tomé su cabeza con las dos manos. No lo dejé subir, estaba por buen camino, podía sentirlo. Cerré mis ojos y lo imaginé; vi a un hombre encapuchado, sin saber su identidad, algo que jamás me atrevería a hacer. Él me estaba dominando, me tenía encerrada y encadenada. Él seguía su obra y yo seguía gritando, gimiendo, y de pronto sentí que toda la sangre subía a mi cabeza y bajaba precipitadamente. Me vine, y con escándalo. 

Pedimos hamburguesas, y mientras comíamos y disfrutábamos de nuestra compañía, sonreí. Lo miré de reojo y lo auto confirmé: en pedir no hay engaño, mañana mismo le cuento a Andy y Amanda lo que acabo de hacer. Suena en mis parlantes la canción “Girls Just Wanna Have Fun” de Charlotte Cardin.